relatos con arte

Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.

Vida y muerte en el océano

La balsa de la Medusa. Theodore Gericault. 1819. Óleo sobre lienzo. 491 × 717 cm. Museo del Louvre. París. 
Mi amigo acaba de morir. No ha podido aguantar más. Se ha quedado así, tumbado sobre mi pierna y desnudo como un niño. Su pie vendado está a punto de sumergirse en el mar y su cabeza se cae hacia atrás como una marioneta rota. Dejo mi mano sobre su pecho y pienso en lo que hemos sufrido. Recuerdo cómo llegamos hasta aquí y se me ponen los pelos de punta. Nadie merece este horror. Éramos débiles e inocentes, éramos la tripulación de la Medusa, la que fue abandonada en esta balsa a la altura de la costa mauritana, mientras el vizconde Hugues Duroy de Chaumereys y el gobernador francés que iba a tomar posesión del Senegal, el Coronel Julien-Désiré Schmaltz, habían salido ya en los botes. Ellos fueron los causantes de nuestra tragedia, los que imprudentemente abandonaron al resto de la flota, los que embarrancaron la fragata, nos obligaron a subir a este inmundo montón de tablas y nos abandonaron en el centro del Atlántico. Éramos ciento cincuenta al principio y ahora sólo quedamos quince. Quince hombres compitiendo por el suelo, la comida y la bebida. Quince hombres compitiendo a vida o muerte. Nuestro único delito había sido embarcar juntos en la isla e Aix para ir al Senegal en el barco en el que Francia envíaba a sus más altos representantes diplomáticos. Nuestro único delito era servir y trabajar. Los pobres sólo contamos con la fuerza de nuestros brazos y piernas. Los pobres somos la tropa, la chusma sin educación, los que ejecutan sin discutir las órdenes ajenas. 
La balsa de la Medusa. Detalle.
Sin embargo, sobre esta infame balsa, la mayor parte de los que antes sólo eran pobres e inocentes trabajadores se convirtieron en lobos. Sobre este angosta cárcel con barrotes de mar brotó lo peor de nuestras almas. Seres honrados y amables se convirtieron en delincuentes pendencieros, en ladrones que robaron las muy escasas galletas que nos dejaron los ricos cuando nos abandonaron, en asesinos que mataron para imponerse a los otros en una orgía de sangre. Como carecíamos de alimentos y de medios para pescar, aquellos hombres se pensaron con derecho a comerse a nuestros muertos. Como la ley para ellos era sólo una imposición y no una razón común, se sintieron cazadores con licencia, privilegiados del cielo, y convirtieron sus deseos, su voluble voluntad en norma del bien y del mal. Muchos de ellos se reían de los pocos que afeábamos su conducta y del horror que expresaban nuestros rostros. Carne cruda y aún sangrante que devoraban sin más, como salvajes, peleando a dentelladas con la piel que los cubría. ¡Oh Dios! ¡Qué terribles los recuerdos! Menos mal que estos caníbales se mataron entre ellos. De ese modo permitieron que algunos de los que los combatimos pudiésemos imponer de nuevo una norma colectiva. Lo hicimos para proteger el tesoro que quedaba en los barriles: El líquido para beber. Así que luchamos contra ellos y ganamos. En torno al vino y al agua dispusimos una intensa vigilancia y un racionamiento estricto. Un cuidado y un control que ha evitado que se impusiera desde entonces la ley del más fuerte. Gracias a eso hemos llegado hasta aquí. 
La balsa de la Medusa. Detalle.
Oigo chillar al grumete, el muchacho que ha crecido hasta hacerse casi un hombre. 
-Es una goleta, -grita como un poseso- el Argus seguramente.
Y yo pienso que es posible. El Argus nos sirvió de escolta hasta que lo dejamos atrás cuando De Chaumereys, el capitán, decidió ejercitar su imprudente incompetencia. Lo normal es que la goleta hubiese descubierto algún pecio flotante a la deriva y que después se ocupase de recoger a los que iban en los botes y de buscarnos a nosotros, siguiendo el rumbo de los alisios. 
El muchacho, erguido a la diestra del mástil, sigue incitándonos a mirar hacia el horizonte. Piensa en que nuestro sufrimiento puede estar tocando a su fin. Me parece imposible que en el lejano barco no escuchen el agudo chillido del grumete y no vean cómo ondea esa prenda blanca, que es tan sólo un harapo, un resto de su camisa que mueve con violencia primero de izquierda a derecha y luego de derecha a izquierda. Justo ahora que la sombra de la muerte se alarga sobre nuestras cabezas, la idea de que llega un barco es una gran bendición. Después de estas dos semanas, todos estamos al límite y necesitamos creer que la vida es aún posible. Por eso a mi alrededor renace la esperanza, ese sentimiento que decrece al mismo tiempo que el vino y el agua se acaban. Por eso el pequeño punto del horizonte que ha tomado la forma salvadora de una vela sobre un mástil se está convirtiendo en el objetivo común de las miradas. Casi todos señalan allí, al fondo del horizonte, al lugar en el que anida el supuesto fin de nuestros padecimientos.
La balsa de la Medusa. Detalle.
-Es una vela muy grande- dicen, y un negrito se encarama sobre el barril y agita su saya roja para hacerse más visible.
-¡Aquí! ¡Aquí!
Pero yo sigo pensando que lo que tenga que ser será, que tal vez lo que están viendo no sea más que un espejismo. Este presunto barco llega tarde para mi y para los muertos. Demasiado tarde, sí... Estoy exhausto. Sigo al lado del cuerpo de mi difunto amigo para rendirle un último tributo antes de que el mar se lo trague. Ya no me quedan fuerzas. Doy la espalda a la esperanza y miro de frente a la noche. Han sido dos semanas terribles, dos semanas a merced de las tempestades, deslizándonos sobre el blanco de unas olas muy distintas a las que llevaron a Venus hacia la costa. Las olas del trópico son afiladas como cuchillos y de un verde amenazante, son agentes del infierno concertados para romper esta incierta estructura de tablones que a duras penas se mantiene unida... Recuerdo cuando hizo falta sostener el mástil con la vela improvisada e imponer una guardia continua. Recuerdo el  montón de cadáveres que pusimos justo allí para que su peso contrarrestase a la fuerza del viento, y el hedor que emanaba de la carne con gusanos que el calor iba pudriendo. Recuerdo cómo las cuerdas que tiraban de la vela sonaban como un sonajero en el medio de la noche y recuerdo en especial a los causantes de todo, a Monsieur Schmalz y a su esposa, sentados a la mesa del capitán en el puente de mando, vestidos como aristócratas, bebiendo su mejor vino y presumiendo del trato que en el mismo Versalles les había brindado el nuevo Borbón, el hermano obeso de Monsieur Veto.   
Mientras el ocaso se hace tangible, el grumete sigue gritando. Mi amigo está muerto, lo mismo que ese otro cuerpo que, movido por las olas, parece que se esté estirando. La vida, que está vencida, se está retirando del mundo y todo se vuelve del revés. Veo que el cielo se llena de nubes negras y que el viento está moviendo a nuestra balsa hacia el centro del océano. Este viento nos aleja del Argus, pero a mi ya no me importa. Tengo hambre, tengo sed, tengo un calor asfixiante y estoy más muerto que vivo. Pronto se hará de noche. 

Asimilarse

Interior de San Juan de Baños. Sillares de piedra, mármol. 661 d C. Baños de Cerrato. Palencia
Los visigodos llegaron a la Península Ibérica de carambola. Ellos fueron un pueblo guerrero que se alió con Roma para auxiliar a los emperadores en su lucha contra otros pueblos bárbaros, como los vándalos y los alanos, lo que provocó que sus ejércitos dejasen atrás los Pirineos para entrar en nuestra tierra. Sin embargo, en el siglo VI, después de ser desalojados de la Galia por los francos, acabaron por fijar su capital en Toledo. 
En los dos siglos que anduvieron por aquí, dirigieron la política contra sus enemigos (suevos, vascos y  bizantinos), formaron una casta aristocrática que se instaló especialmente en las grandes villas romanas de la meseta (los campos góticos) y se vieron sometidos a un lento proceso de asimilación, cuyos puntos culminantes fueron el 589, cuando el rey Recaredo renuncia al arrianismo, y el 651, cuando Recesvinto promulga el Fuero Fuzgo, que es un código de leyes común para visigodos e hispanorromanos. 
Planta de San Juan de Baños
Es este rey, Recesvinto, el que mandó construir este edificio. Él era un rey enfermo que se cura de milagro con el agua de una fuente y que manda construir esta pequeña iglesia, que es también un milagro, un milagro de la arquitectura. 
Cabecera actual de San Juan de Baños
El milagro no proviene ni de su tamaño, sólo 20 m de largo, ni de su estado de conservación, que es deficiente porque faltan las dos capillas laterales originales y porque tiene una espadaña, añadida en el siglo XIX, y dos capillas góticas que desfiguran su planta. El milagro proviene de su excepcionalidad. Y es que, de los escasos restos visigodos que han llegado hasta nosotros, este es el único en el que la intervención del rey es tan cierta como que hay una placa grabada* que se encuentra situada en el muro que remonta el arco triunfal de la capilla mayor hasta la culminación de la nave central. Además es la más rica por los mármoles de los fustes de las columnas, extraídos de un templo clásico anterior, por la calidad de los sillares de la única capilla original que se conserva y porque su planta, su localización y su historia explica de forma múltiple y sutil la enorme capacidad de síntesis de la cultura visigoda. 
Fachada exterior de San Juan desde los pies de la iglesia 
En efecto, las crónicas nos cuentan que Recesvinto tenía gota y que en este lugar de la Meseta existían unas aguas sanadoras reputadas. Pues bien, el rey toma los baños y se le pasan los males, y por consejo de San Ildefonso de Toledo cristianiza las aguas, mandando construir allí mismo, apenas a cien metros de la fuente, esta iglesia, dedicada a San Juan Bautista. Una iglesia para el santo de las aguas, con columnas de mármol extraídas de un templo al dios pagano Esculapio, con los arcos de herradura que trajeron los visigodos del oriente del imperio, y con una planta basilical de tres naves y capiteles corintios sobre columnas de mármol, semejantes a los que se utilizaron en la ciudad eterna. Una joya, por lo tanto, en la que Roma, oriente, paganismo, cristianismo y monarquía se entremezclan. Una brillante luz, también, en las tinieblas de aquel mundo prefeudal ruralizado del que apenas quedan restos. Un edificio, en suma, que expresa de forma clara que aquellos reyes débiles, sometidos a la elección de los obispos y los nobles, tienen ya las mismas aguas, las mismas leyes y la misma religión que la mayoría hispanorromana del país en donde mandan y viven.

*Así reza la inscripción de San Juan de Baños:"Precursor del señor, Mártir, Juan Bautista, posee el eterno don de esta basílica para ti construida; la cual devoto yo, Recesvinto Rey, amador de tu nombre, te he dedicado, erigiéndola y dotándola a expensas mías y dentro del territorio de mi propia heredad en la era 699, año décimo tercero de mi glorioso correinato".