relatos con arte

Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.

Adamitas

El jardín de las delicias. El Bosco. Hacia 1500-1510, óleo sobre tabla, 220 x 389 cm. Museo del Prado. Madrid 
Pertenezco a la secta de los adamitas. Queremos seguir a Adán, nuestro padre, y disfrutar de los placeres de la naturaleza que Dios nos entregó.
Al principio, Dios creó el paraíso y en él puso el cielo, las aguas, los árboles y los animales. Entre estos últimos se incluían ya a los inmensos seres de los que nos hablan hoy los portugueses, ese pueblo meridional que presume de haber doblado el Cabo de las Tormentas. Dicen estos que en el África han visto cuadrúpedos de cuello tan largo que la altura de tres hombres no es bastante para llegar a su cabeza o que existe un gordo animal de orejas grandes que pace al lado del famoso unicornio, ese que desde antiguo es el símbolo de la fecundidad masculina. En este paraíso en donde los animales no tienen por qué temerse, pues El Padre provee para todos, Dios pensó en hacer un ser a su imagen y semejanza, un ser parecido en todo a él, salvo en una cuestión no menor, la de ser en realidad un animal que nace, vive y muere. De este modo Dios creó al primer hombre, y lo llamó Adán, y luego, para que no estuviese sólo, creó también a su hembra, y la llamó Eva. A su lado puso un árbol, cuajado de frutos tentadores, y una  serpiente... 
Después los hombres se multiplicaron por la tierra y vivieron una antigua Edad de Oro. En aquel tiempo la naturaleza era amable y exuberante. Las mujeres tenían el cabello largo y eran rubias con la frente depilada, como las damas más distinguidas de nuestras ciudades, y bastaba que los hombres levantasen la vista para encontrar pájaros o peces de un tamaño semejante al suyo, moras y fresas como cabezas de buey o conchas de mejillones tan grandes que era posible encontrar en su interior a una pareja de seres humanos. Por entonces, los hombres y las mujeres, los blancos y los negros, vivíamos desnudos y felices, disfrutando de los placeres sin necesidad de cazar, recolectar, cultivar o trabajar. Había también sirenas, los peces salían del agua para vernos y  el tiempo se pasaba dulcemente, mientras dábamos vueltas en orden de desfile en torno a un lago redondo en el que confluyen cuatro ríos, o mientras descansábamos tumbados, indolentes en el césped, o hacíamos el amor sin preocupación ni culpa.
Pero un día sucedió que los hombres pecaron, que quisieron ser como Dios y que Dios los castigó con el infierno. El infierno es la muestra de la justicia divina. "Ojo por ojo y diente diente". Por eso con el pecado nació el castigo, el pago que se merecen cada una de nuestras faltas, cada uno de nuestros vicios. En este infierno oscuro los mismos instrumentos del pecado se transformaron en instrumentos de tortura. Los sonidos infernales surgieron de los sonidos de los instrumentos musicales, la lujuria se transformó en un rito constante y agotador, infame y múltiple. Por eso en el infierno hay gaitas, arpas y diapasones, y hay cerdas con toca de monja. Por eso en el infierno, la gula y el vicio del juego se premia con mesas con naipes o con dados de las que los pecadores ya no pueden levantarse. Por eso aparecen atados o clavados en ellas, por eso aparecen asustados, lamentando sus pecados. Las torturas, que se repiten sin descanso, las practican unos monstruos con forma de ave o de animal doméstico que adquieren tamaño humano. Las llamas brillan en la noche perpetua. Los pecadores son colgados, deglutidos, atados, clavados, arrastrados por el suelo, castigados con la humillante sodomía... Huele a mierda y a carne quemada, por doquier se oyen gritos de dolor. Bajo una gaita rosada, un rostro disimulado de escala mayor que el resto mira con rostro sardónico. ¿Quién nos mira desde allí? ¿Es el diablo con forma humana o es un pecado especial? Y si es un pecado especial, ¿en qué consiste? ¿Es tal vez ese pecado el del conocimiento? ¿El de saber lo que pasa? 

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