relatos con arte

Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.

Las Meninas

Las Meninas. Velázquez. 1656. Óeo sobre lienzo.  310 por 276 cm  Museo del Prado. Madrid.
Velázquez me mira a mí y yo estoy en el lugar en el que según su cuadro deberían estar los reyes, que se reflejan esfumados en el espejo del fondo. Son los reyes los que han hecho que la Infanta Margarita y Doña Isabel de Velasco estén empezando el saludo, la reverencia que implica sujetar el guardainfante aparatoso, mientras Mari Bárbola mira y Doña Isabel de Sarmiento, la otra menina, y Nicolasito Pertusato permanecen aún ajenos a la presencia real. Eso mismo le sucede al gran mastín del primer plano y al guardadamas y a la mujer con toca del segundo plano, en la penumbra. Su aparición ha sido inesperada, si nos fiamos del gesto controlado de la Infanta. El pintor, sin embargo, armado con pinceles y paleta, y refugiado tras el alto lienzo, parece pensar y mirar antes de ejecutar una pincelada. Para eso él estaba allí, sin duda, como un pintor de corte, que hace retratos de toda la familia real y de la gente de palacio e intenta pintar el aire. 
Yo miro también a Velázquez, y le digo que no soy el rey y que no es posible confundirme a mi con él, a pesar de que él haya pintado un espejo al fondo en el que aparecen reflejados el rostro y el tronco del monarca, Felipe IV, y de su esposa, Doña Mariana, y a pesar de que se dibuje en la puerta de ese mismo fondo, el aposentador de palacio, Don José Nieto, que es un signo evidente para los que vivimos aquí de que el rey está llegando. Yo le sugiero al pintor la idea de que entre la realidad que él representa y el que contempla la obra no hay comunicación posible. Que la ficción es mentira como lo son los rostros de los reyes, reflejados en el espejo. Que el que sale en las Meninas tras el lienzo, en realidad, no es Velázquez, que es tan sólo su autorretrato y que si se le mantiene la mirada y se le lleva la contraria con el ánimo negativo de la inversión de los espejos, uno ve que no se mueve, que es tan sólo el efecto de una impresión subjetiva, personal.
Sin embargo, también sé que lo que estoy diciendo no es totalmente cierto, porque entiendo lo suficiente como para darme cuenta de que lo que él pinta es una imagen de la realidad realizada con una habilidad indiscutible que matiza los planos de luz y otorga diversos niveles de enfoque a los personajes del cuadro con una factura suelta insuperable. Porque entiendo que para él representar es trasladar su pensamiento a base de símbolos e imágenes, y comprendo que él ha puesto entre los cuadros de la habitación "La fábula de Minerva y Aracne" de Rubens, que es el fondo también de "Las hilanderas", y el "Apolo y Pan" de Jordaens, por alguna razón que tiene que ver con la defensa del arte de la pintura para que yo piense en lo que hace y para que aprecie en "Las Meninas", además de su habilidad en trasladar la apariencia de las cosas, la profundidad simbólica de su pensamiento. Intento reflexionar en su mensaje y entiendo que tal vez existe una relación especial de los artistas con los dioses, la que nos habla de la persecución del ideal platónico del mundo de las ideas, la de la construcción de un sentido, que trasciende al mundo de las sombras, que vive en la fugacidad caótica del tiempo, y que se acerca a la verdad y a la belleza. Sólo así se consigue la nobleza que representa la cruz roja de Santiago, el título nobiliario que tanto persiguió Velázquez y que finalmente el rey, su amigo, le otorgó en 1648. Ese signo, dicen que fue añadido al cuadro después de su muerte como un homenaje al pintor, aunque también pudo haberla pintado el mismo artista para dar noticia de su triunfo. Por eso miro también esa cruz que nos dice que el objetivo de su gran afán por defender la dignidad intelectual de la pintura se consiguió al final, y eso sirve para llegar a darme cuenta de que él es el protagonista del cuadro y no la infanta. Él que mira y no se mancha con la paleta y el pincel, que está en su mano de artesano, él que piensa y que merece la nobleza porque hace arte con mayúsculas.

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